Grafitti (Febrero 2013, Ramos Mejía, Buenos Aires)
Advertencia: acompañe la lectura de este texto con esta canción de la gran “Chaski Experience”, en loop, http://www.youtube.com/watch?v=meE5YjmCMVk&feature=youtu.be
Vivimos plagados de slogans. Por todos los rincones de nuestra realidad se nos llena el subconciente con ideas para tapar la compleja realidad. Slogans publicitario de venta. Breve, conciso, irracional, así es el pensamiento en nuestra época. Lineal y con punch, se clava directamente en lo más profundo de nuestro cerebro, se instala y, como un tumor, se detiene ahí, creciendo hasta devorar nuestra capacidad de reflexionar, de criticar. El gran Fogwill nos dijo que un producto era “el sabor del encuentro” (originalmente, era para una tabacalera, pero lo mismo da). Es una obviedad decir que ni un cigarrillo, ni una cerveza, son “el sabor del encuentro”, pero el slogan no piensa. O, mejor, nos obliga a no pensar. Y, de algún modo, realmente creemos que así es. Estamos inmersos en una aceitosa y hedionda mezcla de “ideas aceptables”, rápidas de digerir y livianitas. “Canciones indoloras como hilo musical”.
Porque el slogan debe sentarse sobre la calavera del bien pensante. “La imagen es nada, el sabor es todo”; “cortemos con la dulzura”; “el amor es más fuerte”; “la escuela te hace alguien”; “el dinero no importa”; “la ecología es la salvación del futuro”; “la debilidad es humana”; “haz el bien sin mirar a quien”; “sólo hazlo”; “sexo es salud”; “la televisión es una mierda”; “respetemos las ideas ajenas”; “los animales son mejores que el hombre”; “los pibes son un desastre”… y así. Nadas, puro vacío. Vagas ideas generales, leyes universales que nos salvan de pertenecer al grupo humano que se identifica con nuestras miserias. Ellos, los slogans, nos salvan de pensar la complejidad del mundo y nos ponen en una posición de superioridad moral indefinida porque son paradigmas aceptables, no podemos negarlos. Hacerlo podría provocar que saliéramos expulsados como escupida de croto de la sociedad. Están ahí, todo el tiempo, extendiéndose indefinidamente en lo que creemos que es nuestro pensamiento y cuando los aceptamos entramos en la categoría moral más elemental para la servidumbre: somos “buenos”. Pero es una bondad sin pureza. Es una bondad que todos sabemos falsa por fragmentaria, pero aún así la aceptamos amablemente. Somos una humanidad muy infantil, jugamos a que somos buenos, pero no lo somos, sólo lo hacemos para posicionarnos en un lugar de superioridad que nos permita inconcientemente sentir que los demás también son malos.
En esa posición de superioridad nos erigimos en jueces morales del resto. “Conmigo o contra mí”. Es decir, establecemos una relación de espantosa similitud con aquello que solemos estar en contra, el poder. “El poder es esencialmente la regla, la ley, la prohibición, lo que marca un límite entre lo permitido y lo prohibido”, dice Foucault en “Las redes del poder”. Buscamos un poder moral que no nos exige más que repetir. No hacemos nada, ni siquiera pensamos pero en la vertiginosa realidad nos distraemos de lo que es realmente importante. Alzamos banderas que sirven a otros quienes sí detentan el poder real. Somo ayudantes, partícipes necesarios, de un mundo represor y egoísta donde se prohíbe aún lo que no es restringible. Deseamos matar a todo aquel que no hace, piensa o dice como nosotros. Y, sin embargo, en esta farsa nos ensanchamos en ser personas que “respetamos las ideas contrarias”. Somos unos hipócritas fascistas. Pero, no, claro, no lo reconocemos.
En un mundo de avances tecnológicos, de hiperconsumo, de explotación de recursos, de abuso de petroquímicos, somos talibanes de la salud. Nos subimos a nuestro auto que combustiona nafta, para ir a trabajos que fomentan la contaminación (industrias, oficinas, bancos, etc., directa o indirectamente son motores de la contaminación), utilizando una tecnología (celulares smartphones, computadoras) que se hacen con la explotación minera más tóxica, pero apoyamos la prohibición de fumar y (la no escrita) de comer carne o sal. Quizás, desde algún estadío perverso de poder se fomente esto para evitar infartos que no sean por el stress que nos genera la sobreexigencia de trabajar más a la que nos sometemos para ganar más dinero que nos permita consumir más. Quizás. Pero será mi constante mente conspirativa.
Cada vez más gente deja de fumar y hace vida “sana”. Y, sin embargo, se muere mucha gente por causas naturales. Pero somos débiles y pequeños seres temerosos de la muerte. Como dios ha muerto (¡oh, Nietzche, qué mal interpretado que has sido!), debemos adorar a otros dioses. Dios Salud, Dios Belleza, Dios Juventud, Dios Diversión, Dios Naturaleza, Dios Individuo, Dios Sexo. Dios Dinero, poderoso caballero. El fin último de todo es el dinero, siempre. Ser jóvenes, bellos, exitosos para no morir jamás. Y así, coger, coger mucho, o sugerir que cojemos, porque no es necesario que realmente ejerzamos el sexo sino que pareciera que lo hacemos, la erotización onanística. Ser bellos para ser deseables para ser admirados para ser exitosos. Y para eso no debemos comer carne. Si comemos carne, caemos en el delito. “¡Prohibido comer carne! ¡Carne es crimen!” y la masa popular aplaude porque lo dicen por nuestro bien, por el colesterol, por la muerte. Porque tengo que vivir mucho, fuerte y joven, para comprar cosas. Cosas que quizás no sepa disfrutar.
“Carne es crimen”, reza la pintada en la pared lindera a una carnicería. Claramente, se erigen -desde una supuesta rebeldía- en un proto-Estado represor, prohibicionista, superior y justiciero. Ellos tienen la verdad, lo que es Bueno. Nuestras rebeldías son meros reflejos de las opresiones que nos someten. Somos místicos sin dioses o, mejor, con otros dioses. Si no amás a los animales por sobre todas las cosas, sos un despiadado ser inhumano y cruel que no merece vivir y el anatema caerá sobre vos. Llevarás la marca de Caín. Porque te comiste un churrasco. Porque no cuidaste tu vida para los demás, para consumir y producir con los demás. Así, medio como zombies.
Slogans. No pienses. Repetí. Sé.
Órdenes y prohibiciones. El mundo de la democracia, de la libertad. Ironías por todos lados. Hipocrecías.
PD: si llegaste hasta acá, quizás no sea tan terrible como digo. No hay slogans válidos.
Lucas G. López Martín.